Velázquez: La fragua de Vulcano...
La fragua de Vulcano, 1630 Óleo sobre lienzo 223 x 290 cm Museo del Prado, Madrid |
1628: Rubens se encuentra en su
segundo viaje por España y es ahora cuando comienza a incitar al joven
Velázquez para que utilice una gama cromática más clara y ejecute una
pincelada mucho más suelta. Pero, no será hasta el siguiente año cuando este se decida a poner rumbo hacia Italia para descubrir nuevas fuentes de inspiración y
un nuevo horizonte en el mundo del arte. Con un permiso del rey para viajar por
tiempo ilimitado, Velázquez recorrerá Génova, Milán, Venecia, Serenísima, Roma,
Florencia y Nápoles. Al regresar a Madrid, el joven trae en su retina las
mejores obras de maestros como
Tintoretto (1518 - 1594), Tiziano (1485/90 – 1570), Rafael (1483 -1520) o Miguel
Ángel (1475- 1564).
Fue en Roma donde el joven realizó La fragua de Vulcano y La túnica de José: dos grandes obras de diferente temática pero con
numerosas similitudes. Comencemos, pues, con la obra que hoy nos atañe: La Fragua de Vulcano.
En el interior de una vieja fragua
polvorienta y gris, Vulcano -dios romano del fuego- junto a dos ayudantes está dando
forma a una pieza de metal al rojo vivo. A la derecha y por detrás de estos,
aparece un oficial que repara una armadura. Todo es normal y hasta se puede
intuir el tintineo que producen los martillos al golpear el metal… Todo parece
tranquilo y en orden hasta que, como si de una figurilla de teatro se tratase,
aparece en escena el joven Apolo, dios del sol, para darle al herrero la
humillante noticia de que su esposa, Venus -diosa del amor-, estaba cometiendo adulterio con
Marte, el deseado dios de la guerra.
Velázquez supo reflejar con claridad
el instante en el que, el celoso y despechado esposo, es sacudido por la
impactante noticia delante de sus ayudantes. El ritmo, el trabajo en la fragua
se ha parado: ahora las figuras giran sus torsos y fijan su atención hacia el
dios del sol. Las figuras, de pie y casi sin ropa, nos dejan ver una piel rica
en gradaciones y, sus gestos de asombro e incredulidad, nos recuerdan a las
figuras creadas por los grandes pintores italianos del siglo XVI.
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