Velázquez: El bufón Calabacillas...
El bufón Calabacillas, 1635-1639 Óleo sobre lienzo 106 cm x 83 cm Museo del Prado, Madrid |
Antes de pasar a las manos del rey
Felipe IV, Juan de Calabazas pasó la mayor parte de su vida bajo las ordenes
del cardenal infante don Fernando de
Austria, quien empezó a nombrarle como “Bobo de Coria” para distinguirlo
entre su galería de enanos y bufones que, con sus “gracietas”, hacían que la vida
de palacio fuese mucho más llevadera.
Cuando en 1632, el “Bobo de Coria”
pasa a ser bufón real del melancólico Felipe
IV, empiezan a conocerle con el nombre de
Juan de Calabazas o Bufón Calabacillas. Este nuevo apodo
no es más que una alusión a su enfermedad mental ya que, desde el siglo XVI,
las personas con este tipo de trastornos recibían el sobrenombre de
“calabazas”, relacionando al fruto con la enfermedad del personaje; o también,
con el hecho de colocar la cáscara de la calabaza como casco protector de la
cabecita de los enfermos, ante cualquier episodio de crisis nerviosa.
Pero Velázquez no quiso formar parte del grupo de aquellos que se
burlaban de estos seres y, en su etapa de pintor en la corte, realizó numerosos retratos de estos personajillos que, en medio de bromas, bailes y falta de
pudor hacían llegar al rey la opinión que éste generaba en el pueblo.
Velázquez quiso dar una lección de humanidad retratando
a los bufones y enanos de la corte con la misma dignidad con la que lo hubiese
hecho un personaje ilustre.
Siete años después de su llegada a la
corte de Felipe IV, los juegos
malabares, las piruetas y los comentarios sin censura de Don Juan de Calabazas se apagarían para siempre...
Lo que algunos estudiosos ven en El bufón Calabacillas...
Las calabazas y la cantimplora que aparecen en el
suelo, su ropaje de terciopelo verde y su rostro desfigurado, hacen que muchos
autores hayan visto en El bufón Calabacillas cierta influencia
de Alberto Durero en su obra El Desesperado;
los historiadores Alonso E. Pérez
Sánchez y Fernando Marías, hacen
hincapié en sus rasgos de retraso mental y en el realismo con el que el pintor sevillano representó a este personaje.
El bufón Calabacillas visto por mí…
Una mirada perdida, un rostro desdibujado,
una paleta oscura... Podríamos continuar describiendo e incluso añadirle más
detalles si nos preguntasen cómo es el retrato de El bufón Calabacillas. Porque
cuando llegamos al Museo del Prado y nos encontramos frente a él, todas
nuestras expectativas cambian radicalmente.
Velázquez, en medio de su estancia en la
corte, quiso dejar patente la existencia de algunas personas que, por defecto
físico o alguna enfermedad mental, acababan convirtiéndose en los bufones y
payasos de la corte real. Pero en este caso, el pintor no quiso mofarse de su
desgracia. No quiso plasmar pena ni desdicha. No apoyó la idea de burla como lo
hacía el resto de la sociedad... Por el contrario, buscó la manera de retratar
a Don Juan de Calabazas con la misma dignidad y con el mismo respeto característico de un personaje de la familia real.
Como dije anteriormente,
ni la mirada perdida, ni el rostro desdibujado o los tonos oscuros de las vestiduras son un impedimento a la hora de mostrarnos la pureza, la dulzura y la
inocencia del ángel que el propio espectador puede apreciar...
El bufón Calabacillas (detalle), 1635-1639
Óleo sobre lienzo
106 cm x 83 cm
Museo del Prado, Madrid
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